El
viernes pasado fui a comprar arroz a un supermercado. Lo necesitaba para
acompañar unos suculentos calamares en su tinta que mi suegra me había cocinado
con tanto tino como amor. Lo que debía haber sido una sencilla transacción
comercial se convirtió en un fatigoso ejercicio intelectual que conmocionó
todas mis convicciones sociales y culinarias. La estantería dedicada a los
arroces era como la biblioteca del Congreso de los Estados Unidos: colosal. De
izquierda a derecha, de arriba a abajo, se extendían marcas y marcas
comerciales, y dentro de cada una de ellas tipos y tipos: bomba, jazmín,
basmati, integral, salvaje, rojo, glutinoso, especial para sushi, paella,
risotto o guarnición, precocinado, vaporizado, con hierbas, setas, queso, sal gorda,
sal fina...No seré yo quien ponga en cuestión al capitalismo avanzado, al fin y
al cabo la ficción de riqueza asequible que el consumo nos ofrece es un buena
adormidera, mejor que la de la precariedad. A esa conclusión es fácil llegar.
Pero si la cosa va de exceso, que por favor alguien empaquete arroz especial
para calamares en su tinta cocinados por suegra.
Los
libros son como los arroces, hay para todos los gustos y necesidades. Y para
eso existimos los libreras y libreros, para ayudarte a escoger. Un regalo más
de las sociedades “avanzadas”. Úsanos.