Plaza San Francisco, 4 y 5. E-50006 Zaragoza, España
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Sa: 10.00-14.00
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De modo que Dios creó a los seres humanos a su imagen. Sí, a su imagen Dios los creó. Y Dios los creó hombre y mujer. Luego Dios los bendijo y les dijo: «Tengan muchos hijos, para que llenen toda la tierra y la administren.” Génesis.
“Y luego creo a los vecinos y Dios se fue a dormir”. Goyanes.
Ser vecinos, tener vecinos, es la peor de las pesadillas, a la historia reciente me remito: Irak e Irán, Serbia y Kosovo, Israel y Líbano, Ucrania y Rusia, etc.
La reunión de una vulgar comunidad de vecinos puede acabar en tragedia griega o en melodrama mexicano, lo que no se sabe que es peor.
Siempre hay un congénere que no cierra el ascensor como es debido, que saca la basura con restos de mejillones añejos al punto de la mañana, que echa por el desagüe su colección de calzoncillos o que lanza alaridos porque el roce de tus zapatillas no le permite echarse la siesta del carnero.
Rara vez entiendo lo que dice un actor español en una película, pero al vecino del rellano lo oigo como si lo llevara colgado de la oreja. No sé si lo primero se lo debemos a nuestras escuelas de teatro o a los técnicos de sonido del cine patrio (o a ambos), pero tengo la certeza que lo segundo es merced de la gran inventiva de la construcción española, capaz de levantar tabiques con papel de fumar y cobrarlos como si fueran de mármol de Carrara. Casi conozco más de la vida interior de mis vecinos que de la de mi amada esposa, siempre tan misteriosa.
Los sonidos ajenos han terminado convirtiéndose para mí en algo profundamente personal y entrañable. Soy capaz de seguir atentamente en la tele la última joya del cine norcoreano a la vez que suspiro por el soufflé de pimientos morrones de MasterChef Celebrity; la Séptima Sinfonía Shostakovich nada es sin el aderezo de los berridos de David Bisbal. Y qué decir del domingo a las 15.53, cuando toda lectura que valga necesariamente va acompañada del estrépito sexual de la pareja del piso de abajo.
En estas entrañables fechas, celebremos la vecindad…por si acaso.
El equipo de Cálamo te desea unos felices días, estos y los otros. Nos vemos por la librería. Un abrazo. Paco Goyanes.
Esta semana en Cálamo
Cálamo recomienda
Dos sherpas están asomados al abismo. Contemplan el cuerpo de un turista inglés que se ha despeñado desde el monte más alto del Himalaya. Hablan entre ellos: no mucho, apenas unas palabras. El sol ilumina la nieve sobre la ladera sur del Everest; sopla el viento.
Dos sherpas. Sebastián Martínez Daniell.
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Una diseñadora de rutas aéreas, un buzo profesional que no quiere volver al mar después de un accidente traumático, una pareja de investigadores en la desembocadura del río Loa, unos ex alumnos que se encuentran con su antiguo profesor destruido por el alcohol, un músico de rock de gira por Europa que recuerda su viaje a Calama para comprar su primera guitarra, los trabajadores de un sórdido desguace de coches y un soldado alemán combatiente en África en la Segunda Guerra Mundial son los personajes que difuminan la línea entre lo correcto y lo incorrecto, que muestran la estrecha distancia entre lo cotidiano y lo siniestro.
El mundo abajo. Patricio Jaro.
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Dos arquitectos (padre e hijo) se adentran en los oscuros bosques a las afueras de su ciudad para supervisar las reformas y obras que dirigen en las mansiones y palacios de un paisajista, un duque, un pianista y un escritor. Con estos mimbres aparentemente sencillos, Alejandro Hermosilla entreteje una novela parecida a un fresco expresionista que refleja tanto la esquizofrenia del mundo contemporáneo.
Un reino oscuro. Alejando Hermosilla.
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Antal Novák no es un simple profesor de Matemáticas y Física en un instituto de provincias: su vocación de pedagogo le empuja a dedicarse con entusiasmo a la tarea humanista de ampliar los horizontes de sus alumnos y despertar su curiosidad por el aprendizaje. La existencia de este hombre modesto y su razón de vivir se ven perturbadas cuando su hija Hilda y sus alumnos se levantan contra él.
La cometa dorada. Dezsö Kosztolányi. Traducción de Marta Komlosi.
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Septiembre de 1899. En una pequeña ciudad del Imperio austrohúngaro la hija única de los Valjay, llamada cariñosamente Alondra, se dispone a pasar una semana de vacaciones con sus tíos. La despedida en la estación es dolorosa, pues los días que dure la separación se prevén insufribles para el anciano matrimonio. Sin embargo, poco sospechan que a partir de ahora se inicia precisamente un feliz periodo de redescubrimientos para ellos: la buena comida, la entrañable y divertida compañía de viejos amigos, la peculiar extravagancia de la farándula, la música, la risa… En una semana coincidirán la alegría de vivir con la ausencia de esa hija querida cuya presencia daba sentido y a la vez condicionaba la existencia de la pareja.
Alondra. Dezsö Kosztolányi. Traducción de Judit Xantus.
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