Cálamo: de un nieto neoliberal; de lawfare casero. Y nuestro clásico “bonus track”: 6 libros, 6.

Mi nieto tiene casi cinco años y es neoliberal. No sabe leer, pero conoce las letras de su nombre y cuenta de carrerilla hasta 27: suficiente para dominar el Monopoli con mano de hierro. Para acaparar dinero y propiedades y convertirme en pobre de solemnidad, nadie mejor que mi chico. Es asombroso cómo acumula billetes –las monedas las desprecia- saqueando la banca en cuanto tiro los dados y piensa que no le veo, con más caradura que un comisionista de mascarillas, qué bonita profesión.

Y no solo saquea la banca, sino también mis magros pero honestos caudales, cobrándome cantidades astronómicas por caer en calles de su propiedad, rebosantes de pisos y hoteles no ganados con el sudor de su frente, sino simplemente hurtados, que no hay regla urbanística de la que no se ría a mandíbula batiente.

A veces, para disimular, también me roba su muñeco de confianza, una serpiente pitón de peluche, vil testaferro con menos piedad que Hernán Cortés, que ya se sabe que colonizar no colonizaba, solo construía virreinatos y hermosas ciudades mientras los pajaritos cantaban y los indios miraban agradecidos y embelesados.

Si protesto se indigna y arranca hablar en un francés más cerrado e incomprensible que el de Christine Lagarde, actual presidenta del Banco Central Europeo, qué bonita institución. Y yo embobado… y mudo.

Apelo a su abuela en su calidad de máxima autoridad y vara de la justicia. Su respuesta es demoledora: “no hagas el tonto y deja al niño en paz”. El lawfare existe, me lo van a explicar a mí.

Lo dicho, un hacha. Cualquier día de éstos me lo contrata la alcaldesa.

En defensa propia, he lanzado el Monopoli por la ventana. La policía me ha detenido por alterar el orden público y saltarme sus normas. Socorro.