Por razones que no vienen al caso, últimamente visito con asiduidad al médico, entendiendo que dicha palabra en género neutro refiere al conjunto de la atención sanitaria pública de nuestro país. Espero que la necesidad no se convierta en hábito, que conozco mil mejores maneras de emplear el tiempo. Eso sí, a fuerza de consultas y conversaciones he trabado amistades que pienso cuidar y cultivar como oro en paño, las sé valorar.
Mis relaciones con el mundo de Galeno datan del año 1975, fecha en la que llevado por mis deseos de consolar al prójimo y cambiar el destino de la humanidad, me matriculé en primero de la Facultad de Medicina de la Universidad de Zaragoza, para gran alegría de mis padres y choteo generalizado de mis amigos, esos futuros canallas. Aprobé con nota la asignatura de Biofísica, con prestancia y probada solvencia aprendí a fumar tabaco y otras cosas mejores, y destaqué sobre manera -por atrevido e inmaduro- en las asambleas universitarias antifranquistas.
En el 76 abandoné mi futuro como candidato al Nobel y me arrastré a la Facultad de Filosofía y Letras, lo normal. Lo raro es que mis mejores amigas y amigos, los más queridos, los que me acompañaron en la vida y lo siguen haciendo aún hoy, son casi todos médicos.
Este preámbulo me sirve para reflexionar sobre mi equívoco concepto de salud y los modelos que la representan.
Visito un gimnasio y veo el infierno de Dante: me tiemblan las piernas y se me nubla el intelecto. Paseo por el parque, me adelanta un pelotón de corredores, esos que llamar ahora runners, y de puro miedo me arrojo al suelo. Antes no era así, para nada. Jugaba al frontón de pelotas, he dejado muchos cadáveres en las pistas de cemento y hormigón; la bici era una buena compañera y al balompié, aunque en esencia era un paquete, me defendía por peleón.
Al lado de mi centro de salud hay un mercado, y en su entrada un bar de los de siempre, de los de verdad, repleto de tapas, raciones de callos y oreja, churros y servilletas en el suelo. Lo visito al salir del médico. Tomo siempre lo mismo: un café descafeinado de máquina con leche y un pincho de tortilla. Hoy también. A mi lado un cliente pide la cuenta. "Cóbrate, Manolo. Han sido cuatro vinos, un bocadillo de panceta con queso, un café solo y una copa de anís. Mete también las cuatro cañas y la ración de chorizo de ayer por la tarde".
Salgo del bar y cruzo el paso de peatones. Desde el otro lado lo hace un tipo de mediana edad en pantalones cortos y zapatillas de deporte. En su mano derecha, una lata abierta de cerveza. En la izquierda, un puro encendido.
Vuelvo a casa. Pronto estaré sano.
Nos vemos en Cálamo. Abrazos. Paco Goyanes.
NUESTRO CLÁSICO BONUS TRACK: 7 LIBROS, 7
El ángel literario. Eduardo Halfon.
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Llamada perdida. Gabriela Wiener.
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Vamos a comprar un poeta.Afonso Cruz. Traducción de Rita Costa.
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El barman del Ritz. Philippe Collin. Traducción de Adolfo García Ortega.
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La ballena azul. Raúl Quinto.
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Ahora y en la hora. Héctor Abad Faciolince.
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Papel negro. Escribir en tiempos de oscuridad.Teju Cole. Traducción de Miguel Temprano.
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