Mi padre hizo el servicio militar en Zaragoza, en el antiguo cuartel de Pontoneros. Acabó allí a base de presentarse voluntario a cuanto oficio fuera preciso, lo hubiera practicado o no: pintor de brocha gorda, carpintero, electricista, albañil, mecánico…De lo que se trataba era de salvarse de la instrucción y de un destino alejado de su familia. La antigua mili podía durar tres años, para nada una tontería. Un día fue a remojarse al Ebro con dos compañeros reclutas, y tras un chapuzón rápido se fue a ver a su novia, la que sería después mi madre. Sus colegas alargaron el baño, con la mala fortuna de que uno de ellos se ahogó en un remolino. Cuando mi padre contaba esta pequeña historia, siempre acababa con los ojos húmedos. Su semblante, de común cordial y alegre, se ensombrecía bajo nubes de tristeza.
Ríos, mares y lagos me dan mucho respeto. No me gusta perder pie, sentir que el agua cubre. Uno de los peores momentos de mi vida lo pasé en un patinete junto a mis dos hijas, cuando estas eran muy pequeñas. Casi no había olas, pero yo me sentía atravesando el Cabo de Hornos en mitad de la más feroz de las tormentas. Gracias al esfuerzo de Lola y Lucía, logramos llegar a la orilla para que pudiera vomitar a gusto en la arena, acabando así para siempre con mi imagen de hombre valiente y aguerrido. Seguro que sus convicciones feministas empezaron ese día: doy por bueno el mal rato que pasé.
El agua tiene insondables misterios y muchas embotelladoras. Parece increíble, pero en la mayoría de restaurantes solicitar una jarra de agua del grifo es una afrenta para sus propietarios y el comienzo de una disputa de consecuencias imprevisibles. Lo que en Francia – por decir un lugar cercano- es normal y habitual, aquí es causa belli: he contemplado, e incluso sufrido, broncas tan desalentadoras como absurdas. Uno acaba borrando de su lista de favoritas a algunas casas de comidas, tanto por el agua como por la salud mental (y física). Solicitar en algunos bares un vaso de H2O no envasada es exponerse a que te tilden de miserable, roñoso y desgraciado. En fin, que te obligan a quedarte con el vino, lo que en mi caso es un regalo.
NUESTRO CLÁSICO “BONUS TRACK”: 8 LIBROS, 8.
Alcaravea. Irene Reyes Noguerol.
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Un momento de ternura y piedad. Irene Cuevas.
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Los íntimos. Memorias del pan y las rosas. Marta Sanz.
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Declaración de persona física. Elfriede Jelinek. Traducción de J.A. Campos.
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Los chicos tuertos. Rocío Lardinois.
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El tiempo de los lirios. Vicente Valero.
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Acequia. Amaury Colmenares.
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Negro tal vez. Attila Veres. Traducción de J. Faller y A. Cienfuegos.
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