Pobres patos
La culpa la tuvo el foie.
Nuestras vidas discurrían de manera normal, mi muy triste ni muy infeliz. Café
y galletas por la mañana, judías con patatas y pescadilla a la plancha para
comer, y de cena queso de bola, jamón de
york y una mandarina. Vimos morir a Franco, la media sonrisa de Adolfo Suarez,
el pelucón de Felipe y el despelote borbónico. Desencantados nos hicimos
europeos, nos metieron en la OTAN, nos drogamos como locos y bailamos sin parar
camino de Soria. Ganamos la Recopa, dos copas de Europa y un Mundial en la
tierra de Mandela. Pero el foie anidó en nosotros y lo llenó todo, desde las
alcachofas hasta los huevos con patatas, que de repente se rompieron, y rotos y
todo pasaron de costar pocas pesetas a un huevo de euros. Y creímos en San
Bullí, en San Arzak y en San Martín Berasategui, y el foie creció entre
nosotros y todos quisimos ser cocineros o constructores, o ambas cosas a la
vez. Y fuimos MasterChef, MasterChef Junior, MasterChef Senior y MasterChef
Miserable. Y los bancos nos robaron, y el estado nos robó, y algunos políticos
nos robaron. Y el foie escaseó y se volvió
un bien tan cotizado como anhelado. Y
nos pusimos todos a ir a los gimnasios y a las peluquerías, y a calzarnos prótesis dentales. Pero nada
pudo evitar que nos sintiéramos pobres y con miedo. Y entonces alguien dijo “la
culpa la tienen los negros, las feministas, los gays y los pacifistas”. Y
algunos se lo creyeron y llenaron auditorios para reclamar su foie perdido.
Pobres patos.