En el principio creó Dios los cielos y la tierra y el colchón de lana, ese saco informe en el que las abuelas te acostaban las heladas noches de invierno con la esperanza de que llegaras con vida al día siguiente, el mismo en el que te cocías lentamente durante el verano hasta adquirir la textura de un langostino austral cocido. Y cómo picaba, y qué socavones tenía.
De repente, a traición, comenzó el reino del colchón de espuma, ese al que siempre le faltaban pequeños trozos, como si de un queso de Gruyère se tratara, y siempre también de repugnantes colores, como caramelos chupados. Ese en el que te hundías sin remedio como el actor feo y peludo atrapado por las arenas movedizas mientras Gary Cooper observaba aburrido: lo siento mucho colega, tú eres secundario y yo imprescindible, buen viaje al fondo de la tierra.
Luego llegó el de muelles, doing, doing, siempre ruidoso y saltarín, no te muevas tanto, que se enteran los vecinos. Lo subían por las escaleras unos señores que no paraban de sudar y de acordarse de tu familia, qué culpa teníamos de vivir en un octavo. Azul cielo, con el tejido cosido a rombos- amenaza de prohibido*- en el que si te sentabas en el borde acababas en el suelo más rápido que esquiando. A mi plin, yo duermo en Pikolin.
Y qué me dices del latex de origen natural, esa maravilla: hipoalergérnico y de alta durabilidad. Y del colchón de espuma viscoelástica, material inventado por la NASA para favorecer el descanso de sus astronautas, envidia de los rusos que dormían sobre lo que podían, que por eso le daban al vodka entre paseo y paseo espacial. Firme, adaptable, transpirable y químico, muy químico.
Y así pasaron los días y los años, y fuiste ascendiendo en la escala social, que el dormir y sus condiciones también es parte de la lucha de clases. Y tras interminables visitas a las infinitas colchonerías de tu ciudad, casi tantas como peluquerías y negocios de uñas, tras cientos de veces de hacer el ridículo acostándote vestido –menos mal- con tu señora en colchones de prueba, llega a tu casa – por la escalera, claro, "me cagüen sus muertos señorito"- el padre y la madre de las Unidades de Descanso Inteligente, un cachalote de 2 x 1,80, tan alto que para acostarte necesitas un taburete, un equipo de escalada y no tener vértigo.
Compedium del saber humano, tiene de todo y por duplicado: muelles, latex, viscoelástica, sensores, diseño ergonómico y, por supuesto, un hermoso recubrimiento entelado. Es, no podía ser de otro modo, italiano.
Desde mi lado, en silencio y respirando calmo y tranquilo, asomo la cabeza y contemplo mi mundo y el de los otros, orgulloso, agradecido al capitalismo tardío, a la tarjeta visa y a su pago a plazos.
Y de repente todo se tambalea: a mi esposa le duele la espalda. No hay calmante, ni analgésico, ni clase de pilates que resuelva la situación. Si hay presunto culpable: el colchón.
Espanto del vendedor, negación educada, puesta en cuestión de nuestra palabra y solución rápida: "enviamos a su domicilio a nuestro experto que analizará las condiciones físicas y de instalación de su Unidad de Descanso Inteligente".
Y sí, al día siguiente llama a la puerta un señor de mediana edad, calvo, menudo, bien afeitado, de orejas y boca pequeñas, vestido de traje azul oscuro y corbata roja. "Buenos días, ¿dónde se ubica su Unidad de Descanso Inteligente, por favor? Abre su maletín de cuero y saca un metro. Toma medidas y las anota en una libreta de tapas azules. Luego saca lo que parece un martillo pequeño y golpea levemente la superficie de la U.D.I. Apunta. Se agacha –no mucho, no lo necesita- y mira con sus ojos azules de pez desde los cuatro costados. Más anotaciones. Pide una sábana ¿limpia?, la extiende sobre la U.D.I. y de un ligero salto se acuesta sin quitarse los zapatos. Ante nosotros gira en la cama de un lado a otro con los ojos cerrados. Los nuestros abiertos como platos. De otros saltito se incorpora con extraña agilidad, y vuelve a escribir en su libreta. Pide poder sentarse. Lo acompañamos al salón. De su maletín extrae una calculadora y comienza a hacer –suponemos- cálculos. Sin mirarnos a la cara nos habla: "su Unidad de Descanso Inteligente ha superado todas las pruebas: su estado es óptimo. Si me acompañan a la salida, por favor."
Decidimos dormir en el cuarto de las hijas. Me levanto con las primeras luces del día y en soledad me siento por última vez en el colchón italiano, mi mundo, mi cachalote, mi triunfo. Siento miedo, vacío y vértigo. Toca empezar de nuevo. No pasarán.
Nos vemos en Cálamo. Un abrazo y buen verano. Paco Goyanes
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JULIO
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*En el contexto televisivo español, "dos rombos" era un sistema de clasificación de contenidos que indicaba que un programa no era adecuado para menores de 18 años. Este sistema, utilizado por TVE entre 1963 y 1984, consistía en la sobreimpresión de dos rombos blancos en la pantalla para advertir a los espectadores sobre el contenido del programa.
NUESTRO CLÁSICO BONUS TRACK: 11 libros, 11.
Bogotá. Santiago Gamboa.
https://tienda.calamo.com/es/libro/bogota_Y550060001
Tokio. Emily Itami.
https://tienda.calamo.com/es/libro/tokio_Y550060002
Lo único que importa es el verano. Francesco Pecoraro. Traducción de Carmen Torres.
https://tienda.calamo.com/es/libro/unico-que-importa-es-el-verano-lo_9940040212
Mamuk. Txomin Badiola.
https://tienda.calamo.com/es/libro/mamuk_7340020092
Ahora y en la hora. Héctor Abad Faciolince.
https://tienda.calamo.com/es/libro/ahora-y-en-la-hora_3522070346
La grapa. Maryline Desbiolles. Traducción de Blanca Gago.
https://tienda.calamo.com/es/libro/la-grapa_AP60010050
No voy a ninguna parte. Rumen Buzarovska. Traducción de Kramir Tasev.
https://tienda.calamo.com/es/libro/no-voy-a-ninguna-parte_U160010314
Sindiós ¿Para qué sirve creer en lo increíble? Martín Caparrós.
https://tienda.calamo.com/es/libro/sindios_1650520024
Las batallas que forjaron Europa. Realidad, mito y azar de Salamina a Stalingrado. Juan Carlos Losada Malvarez.
https://tienda.calamo.com/es/libro/las-batallas-que-forjaron-europa_W670010086
La zorra. Bora Chung. Traducción de Cammy Cho y Yoonhee Kim.
https://tienda.calamo.com/es/libro/zorra-la_U250170083
Ciudad de cadáveres. Ota Yoko. Traducción de Kuniko Ikeda y Marta Añorbe.
https://tienda.calamo.com/es/libro/ciudad-de-cadaveres_W250170046