Frente a la pequeña mesa del restaurante en la que comíamos, justo en el pasillo que llevaba al baño, colgaba un lienzo de grandes dimensiones que, más que pintado, parecía vomitado. Un oleo sin marco en el que el artista había gastado todos los tubos de pintura de segunda mano que le quedaban, seguramente a punto de caducar. Lo que algunos supuestos entendidos denominarían como pintura-pintura: un guirigay de trazos malparidos y manchurrones casposos que molestaba a la vista, descomponía el cuerpo y aumentaba hasta el delirio la acidez estomacal.
Estaba muy entretenido escuchando a mi sobrino Miguel mientras le daba a la garnacha y al bonito escabechado, cuando un señor de edad madura más calvo que yo, menos grueso que yo y más bebido que yo, se para delante del engendro, se aleja y acerca a él varias veces seguidas, mira alrededor con cara de sorpresa y acercándose a una amable camarera que pasaba por allí le pregunta a bocajarro “¿Es un Pollock?”
La camarera le mira de arriba abajo y le responde “¿Un qué? ¿Un pollo? No, señor es un cuadro” La camarera se larga a seguir con su faena mientras el marchante la mira con desprecio, a la vez que seguramente urgido por las circunstancias, abandona tan estética contemplación y se introduce en el baño de caballeros.
Casi me atraganto de la risa y me voy directo al preámbulo del juicio final. Ya un poco más contenido, la comida siguió presidida por el buen humor y las ganas de vivir.
Gracias a mi proverbial facilidad de palabra y a la mucha gente que veo a diario, la anécdota hubiera dado para varios días, pero la lectura matinal de la prensa diaria nubló mi semblante: en el año 2021, un anónimo coleccionista de arte barcelonés compró un cuadro de Degas en Todocolección a un heredero de un expresidente del Banco de Santander por 926 euros. 926 euros, sí, 926. “Elogio del maquillaje” se llama la pieza en cuestión, certificada como original del maestro francés por varios importantes expertos y tasadores. No es ni de lejos su mejor obra, para nada, pero un Degas es un Degas, lo que implica un valor económico de al menos siete cifras. Ignoro si el heredero, que se pensaba propietario de una burda copia, sobrevivió al soponcio.
A mi lectora cabeza acudió también la noticia de que el Museo del Prado va a exponer durante nueves meses el Caravaggio que vendía una casa de subastas madrileña por 1500 euros, y por el que un coleccionista inglés acabó pagando 30 millones de euros.
Llevo delante del restaurante desde las seis de la mañana. No me voy sin mi Pollock. ¡Viva el expresionismo abstracto y el bonito escabechado!
NUESTRO CLÁSICO “BONUS TRACK”: 7, LIBROS, 7.
Las propiedades de la sed. Marianne Wiggins. Traducción de Celia Filipetto.
https://tienda.calamo.com/es/libro/las-propiedades-de-la-sed_9740010232
La mercantilización de la vida íntima. Apuntes de la casa y el trabajo. Arlie Russell Hochschild. Traducción de Lilia Mosconi.
https://tienda.calamo.com/es/libro/la-mercantilizacion-de-la-vida-intima_U890010036
Bibliotecas. Una historia frágil. Andrew Pettegree y Arthur derWeduwen. Traducción de Enrique Maldonado.
https://tienda.calamo.com/es/libro/bibliotecas_U580030267
Las reinas del mar. Memorias de una vida aventurera. Mauricio Wiesenthal.
https://tienda.calamo.com/es/libro/las-reinas-del-mar_7340400084
Juan Caballero. Luisa Carnés.
https://tienda.calamo.com/es/libro/juan-caballero_Y330010104
El arado y la espada. Theodor Kallifatides. Traducción de Carmen Montes y Eva Gamundi.
https://tienda.calamo.com/es/libro/el-arado-y-la-espada_8000210179
Jackson Pollock. Una saga estadounidense. Steven Naifeh y Gregory Smith.
https://tienda.calamo.com/es/libro/jackson-pollock_1960010111