Tiene
razón Ana cuando dice que el mundo se ha vuelto chiquito. Ciudades, regiones y
países confinados; del trabajo a casa y de casa al trabajo. Y parques llenos
los fines de semana: paseantes, deportistas, ancianos, jóvenes parejas con
niños…todos a la búsqueda de un poco de sol y un trozo de verde.
El
mundo se ha vuelto chiquito, pero si abres los ojos, si estás atento, la magia
de la vida, la sorpresa, lo diferente, asoma de repente, como un chispazo. Un mariachi subido en un
patinete; un señor de media edad tocando el saxofón de espaldas, frente a un montón de cañas,
medio escondido, como para no molestar. Tres piraguas deslizándose por el
canal, cierras los ojos y es el Danubio, el Ganges, el Nilo. Un convento
cerrado, tapiado y abandonado, crisis de vocaciones. En el tejado una gran cruz de hormigón, y
sobre ella un pararrayos. Catarsis,
exorcismo, fuego. Te arrodillas y remueves la tierra en busca de piñones y
cometas de papel. Las sonrisas de Ana, Esperanza y Lucía, de Jesús y Ramón. Cada paseo, la aventura de nuestra vida.