15 de enero martes 19.30 horas. Visto y oído
Pedro G. Cuartango presenta Visto y oído, obra publicada
por Sibirana Ediciones. El autor conversará
con el periodista Mikel Iturbe.
El autor habla de su
obra:
Los libros, la música y el cine, sin banderas políticas y
con la mente abierta ¿Cómo vivir sin los libros, la música o el cine? Es
sencillamente imposible. Al escribir este prólogo, estoy escuchando la obertura
de Tanhauser, la ópera de Richard Wagner, y las notas me llegan al corazón.
Wagner era un personaje detestable, pero alcanzó los más altos niveles de
creatividad con sus composiciones.
Estoy convencido, por ello, de que el arte no tiene
banderas políticas ni el artista debe ser una persona ejemplar. Hay que acceder
a un libro, un concierto o una película sin prejuicios, con la mente abierta y
sin dejarse condicionar por las críticas o las opiniones de los demás.
Los artículos que forman parte de esta selección recogen
impresiones puramente subjetivas y, por ello, ruego al lector que las tome como
tal. Nunca he pretendido imponer mis criterios al prójimo, pero creo que mis
observaciones pueden ser una referencia útil para acercarse a las obras de las
que hablo.
El título del libro es Visto y oído, porque obviamente el
arte entra por los sentidos. Los ojos son los órganos que nos permiten leer o
ver una película y los oídos son necesarios para escuchar un disco o un
concierto. Pero yo diría que son los cinco sentidos los que participan al
disfrutar de lo que nos gusta.
Me he pasado media vida leyendo y siempre digo que leer
es una forma de vivir, de acceder a mundos lejanos a los que viajamos a través
de las páginas de un libro. Hay gente que afirma que hay que leer para aprender
y adquirir una formación y ello me parece una razón más que justificada. Pero
yo he leído desde niño por pura pasión.
Cuando tenía ocho o nueve años, leía todo lo que caía en
mis manos, especialmente periódicos. Mis padres me regalaban unos libros de
tapas verdes, en los que se resumían las tramas de las novelas de Defoe,
Stevenson, Dumas y otros clásicos. Pero mi personaje favorito era Guillermo
Brown, la criatura de Richmal Crompton. Era un niño travieso que untaba la cara
de mermelada a las chicas y hacía todo tipo de travesuras. También me
fascinaban los cuadernos ilustrados de Tintin, el único periodista que jamás ha
escrito una sola línea, y las novelas infantiles de Enid Blyton, hoy olvidada.
Mi padre me reñía porque, cuando se reunía la familia
para comer, yo tenía la vista depositada en algún libro sobre mis rodillas. Más
tarde, cuando llegue a la adolescencia, me decía que me iba a volver loco
debido a mi afición a la literatura rusa. Chejov, Tolstoi y Dostoievski me
atraían mucho.
Cuando accedí a la Universidad, a comienzos de la década
de los años 70, descubrí a Marcel Proust, cuyo rastro me condujo a París.
Recorrí las calles y los escenarios de En busca del tiempo perdido y me
imaginaba a Swann en su coche de caballos por los Campos Elíseos. Tenía un
cuaderno de tapas de color rosa, comprado en una librería del Barrio Latino,
lleno de anotaciones sobre la obra de Proust. Pero lo he buscado sin éxito.
Lamento mucho haberlo perdido.
Por aquella época, leí también a Flaubert, a Stendhal y a
Balzac, que han sido tres autores que siempre me han fascinado. Creo que los
escritores franceses del siglo XIX son insuperables. Balzac, con su
extravagante biografía y sus frustradas aventuras amorosas, nos legó una
inmensa obra en la que queda reflejada la sociedad francesa de su época mejor
que ningún libro de historia. Marx decía que su Comedia Humana era como un
espejo.
Otro autor que me ha cautivado ha sido Thomas Mann, que
tenía una capacidad demoniaca paras acceder a los lugares más recónditos del
alma. La lectura de La montaña mágica me produjo una mezcla de sentimientos de
admiración y repulsión que no puede explicar. Cuando Mann describe el olor
marchito de las flores en el sanatorio de Davos, siento la necesidad de
respirar y abrir la ventana.
Hay también en esta recopilación de artículos referencias
a pensadores como Spinoza, Hume, Kant, Hegel y Ortega, que han amueblado mi
cabeza con sus reflexiones. Todos ellos han producido textos que no son nada
fáciles de entender, pero cuyo interés compensa el esfuerzo.
Siempre he creído que se aprende más al leer la Ética de
Spinoza que al inscribirse en un curso convencional de filosofía. Recomiendo a
los lectores que se molesten en leer alguno de estos libros capitales en la
historia del pensamiento occidental.
Leer es siempre un placer. No existe nada mejor que
tumbarse en un sofá en una tarde de invierno y abrir una novela al calor de una
manta y una buena lumbre. Pero tampoco está mal la opción de ponerse un buen
disco de música clásica como una ópera de Mozart o de Vivaldi, por el que
siento preferencia.
Hay un artículo en esta recopilación en el que aludo a la
sonata opus 111 de Beethoven, una obra que me trastorna y en la que el
compositor de Bonn nos transmite la cercanía de la muerte que le acechaba al
componer esa pieza. El mejor libro sobre este asunto es el Doktor Faustus de
Mann, la historia de un músico que vende su alma al diablo para triunfar.
La música intensifica la empatía. Eso es lo que me sucede
a mí, que tengo una especie de instinto para captar el estado de ánimo del
compositor de la obra. Las cantatas de Bach me transmiten alegría de vivir,
Beethoven siempre tiene un toque nostálgico y romántico y Brahms me pone muy
triste.
También me gusta el jazz. Hay uno de mis artículos en el
que aludo a la relación entre Juliette Gréco y Miles Davis, que estaban muy
enamorados y que rompieron por los prejuicios raciales que les rodeaban. Gréco
se casó luego con Michel Piccoli. Vi en una ocasión a la pareja en los años 70
en París paseando por los Jardines de Luxemburgo. Iban cogidos de la mano y
entonces me vino a la cabeza su antigua relación con el gran trompetista.
Y siento predilección por el cantante y compositor italiano
Gino Paoli, que se disparó en el pecho por un amor imposible. La bala no le
mató, pero quedo alojada cerca del corazón. Gracias a eso, Paoli escribió Senza
fine, una canción que me conmueve, y también el tema de Antes de la Revolución,
la película de Bernardo Bertolucci.
Bertolucci es precisamente el director de El último tango
en París, prohibida en España hasta después de la muerte de Franco, que también
tiene una magnífica banda sonora compuesta por Gato Barbieri.
Nunca he apreciado una película que no tuviera una buena
banda sonora al igual que nunca he apreciado una canción que no pudiera
visualizar en un recuerdo o un sentimiento. Lo que el cine y la música
comparten es su enorme poder evocador.
Me considero un cinéfilo en el sentido etimológico de la
palabra, que significa amor al cine. Cuando vivía en París en los años 70, me
pasaba tardes en la Cinemateca francesa, que estaba en los bajos del Palacio de
Chaillot. Allí veía los filmes de Truffaut, Godard, Rohmer, Chabrol y los
realizadores de la nouvelle vague.
Aquellas películas no sólo eran una creación artística.
Transmitían un gusto por la vida y una forma de vivir que me marcaron. Jules et
Jim, de Truffaut, fue una película que me dejo una honda huella, sobre cuando,
por puro azar, estuve en la casa en la que Rocher concibió la novela que
inspiró el filme.
El cine ha sido una pasión para mí. Tengo una estrecha
amistad con José Luis Garci, que, además de haber hecho películas maravillosas
como El crack, es un gran conocedor de la historia del séptimo arte. Ambos
compartimos el amor por el gran cine americano que representa mejor que nadie
John Ford.
Ford alcanza un nivel sublime en películas como Liberty
Vallance, Fort Apache o El hombre tranquilo, en las que John Wayne interpreta
el papel de un héroe romántico, aun a costa de pagar un alto precio.
Una película que me gusta mucho y que ha resistido el
paso del tiempo es Casablanca, de Michael Curtiz. Hay un artículo en esta
recopilación en el que analizo la relación entre el personaje de Rick, el dueño
del bar, y de Lazslo, el líder de la resistencia. No me voy a extender sobre
ello porque las claves están en ese texto.
Pero si hay algún realizador por el que siento debilidad
es por Federico Fellini, que retrató como nadie el mundo del circo, de los
payasos, de la vida bohemia. Fellini era un gran fabulador que dibujaba todas
sus escenas porque tenía una imaginación muy visual. No en vano había comenzado
su carrera como dibujante de una revista ilustrada de Roma.
Perdone el lector por estas notas dispersas, que confío
en que hayan servido para transmitir mi afición a los libros, a la música y al
cine, cuyas fronteras -insisto en ello- son muy permeables. Creo que, en lugar
de extenderme más, es mejor que el lector eche un vistazo a mis artículos.
Espero que sea magnánimo con su juicio porque lo que sí que puedo asegurar es
que están escritos con el corazón en la mano.