La tenía olvidada, escondida entre cajas de documentos administrativos y muebles inservibles, esos que guardas diciendo que algún día utilizarás cuando desde el inicio sabes que no valen para nada más que para acumular polvo y expectativas jamás cumplidas. (En este caso, mira por dónde, no fue así).
Me la regaló mi madre, a la que a su vez se la había regalado una amiga de las de toda la vida, de esas con las que compartió paseo arriba y paseo abajo por el – evidente- Paseo de la Independencia, el único divertimento barato y posible en la Zaragoza de los años 50 del pasado siglo.
He rescatado mi bicicleta estática, he rescatado mi sueño de tripa lisa y musculada, de eliminar esa absurda barriga que ni los héroes de la Ilíada ni los de las series policiacas tienen. Soy un librero maduro, de acuerdo, pero también soy moderno. Algún amigo me dice que me deje de puñetas, que kilos de más tenemos todos. Ja. No es verdad, que he visto de nuevo las ya clásicas fotos de José María Aznar con sus tabletas abdominales y su pelazo todo negro y reluciente. *
No es de buena marca y además le haría falta un buen repaso. Pero mola, me gusta. La tengo colocada delante de la ventana del cuarto de nuestras hijas- las tres y el nieto muy lejos, ay- y a ella me subo en cuanto me levanto y media hora antes de salir al balcón a aplaudir y dar vítores en honor de los trabajadores sanitarios, el mejor momento del día por cierto.
Después viene el peor: decidir qué película o serie vamos a ver. Casi llego a añorar los tiempos en los que disfrutábamos de dos canales de televisión o en los que había que comprar videos tamaño caja de zapatos. La oferta es tan descomunal que al final acabas fundido y confundido.
Es como cuando te metes a comer en un restaurante chino de los buenos y te sacan la carta esa de más de mil platos. Lo jodido es que siempre acabas pidiendo lo mismo: rollitos de primavera, arroz tres delicias, ternera en salsa de ostras y el helado rebozado y caliente ¿?. Pan chino, no. Pues eso, que acabas viendo una tontada y siempre te quedas con la sensación de que has desechado lo mejor de la historia del cine.
Con la literatura también te puede pasar y de hecho pasa. En teoría para evitarlo están la crítica cultural y las librerías. Pero sin ponernos demasiado divinos por favor, que a veces tanto los que ejercen la primera como los que gestionamos las segundas metemos la pata, es decir, nos comportamos como patanes.
Juan Gómez Bárcena, santanderino del 84, acumula galardones y reconocimientos, entre ellos el Premio Cálamo Otra Mirada 2017 por su libro Kanada. Ojalá el denominado gran público se percate de que puede disfrutar de un escritor mayúsculo, de esos que no escriben por el mero placer de oír su pluma. Ni siquiera los muertos, su última y ambiciosa obra, se desarrolla en México y temporalmente discurre desde el siglo XVI hasta nuestra época. Todas sus obras han sido editadas por Editorial Sexto Piso.
Otro Premio Cálamo, en este caso al Libro del año 2015 que ganó con La Oculta, Héctor Abad Faciolince acaba de publicar Lo que fue presente, volumen que recoge sus diarios personales de 1985 a 2006, periodo que abarca desde su etapa de estudiante a la publicación de El olvido que seremos, obra que le catapultó a la fama. La intimidad de una voz en construcción. Definitivamente, queremos a este hombre.
Ana acaba de terminar de leer Qualityland, obra de ciencia-ficción de Marc-Uwe Kling , joven autor alemán que además ejerce de cantante y cómico. A ratos se sonreía y a ratos lanzaba exclamaciones horrorizadas. Hoy por la mañana, después de la lectura del artículo publicado en El País del filósofo Byung-Chul Han, ha concluido que de distopía tiene poco ¡Ay!
Bueno, que tengo que ponerme a cocinar y a prepararme para elegir peli.
Léon, Ana Segura, Jorge, Ana y yo os mandamos muchos abrazos. Ya sabes que si te interesan algunos de los libros que os recomendamos los podéis reservar para cuando acabe el estado de alarma. Cuídate y cuida a los tuyos. Seguimos en contacto. Paco Goyanes.